Al fondo se presiente el bullicio, aquí se escuchan las carpas asomarse a por comida. Al fondo miles de watios iluminan monumentos, aquí los reflejos rielan en el lago. Al fondo hay prisa, aquí se pierde el tiempo mirando el fondo e imaginando lo que allí sucede.
Se mueve el agua del río en el canal, se mueven las ramas de las hayas agitadas por el viento y las hojas del suelo al paso del caminante. Inmóviles quedan las piedras centenarias, las montañas milenarias, la magia del ambiente, el tiempo.
Verde claro, verde oscuro, verde esmeralda, verde pardo, verde mar, verde oliva, verde hierba, verde cobre, verde vino, verde té... verde. Todas las gamas del verde, todas las luces en los claros, todas las sombras bajo las ramas. Verde máquina del tiempo que traslada a otro lugar sin tiempo, donde el verde río habla, las piedras verdes escuchan y los árboles miran. 
Doblando el faro Trafalgar
Desde las playas de Zahara se ve la costa africana y el sol ocultarse tras el pinar de Barbate. En las playas de Zahara se escucha el mar besando la arena y el silencio de la noche. En las playas de Zahara huele azul y verde. Cuando se van los pescadores, en las playas de Zahara, sólo quedan dos manos entrelazándose, dos miradas besándose.
Lo que antaño fueran grandes espejos de agua en los que se reflejaban centenares de aves de paso hacia el norte o hacia el sur, hoy son breves charcos en los que beben los pocos que no se atrevieron a continuar o los que se mantienen gracias al empeño de los organismos encargados de la salvación del Parque Nacional. El descontrol de los pozos abiertos para el regadío de los cultivos cercanos es el principal causante de esta muerte.
Las olas de la Caleta, que es plata quieta, 
Con este oro se fabrican mis joyas favoritas, no el que se extrae en las minas con la explotación de sudafricanos. Con ellas no se adornan cuellos y manos de viejas presumidas sino que reluce el corazón y se enriquece el espíritu.
No hay asfalto, sino piedras y, en vez de aceras, la Calle Verónica tiene un canal en el centro por el que corre el agua. Después de saludar, cuando te encuentras con alguien, has de apartarte un poco para que pase y, si te paras -no hay prisa- puedes escuchar el regato rompiendo el silencio. El agua corre deprisa por la Calle Verónica y hay que andar con cuidado por la pendiente, especialmente porque cuesta apartar la vista de las cumbres nevadas del fondo, sobre las que se dibuja la silueta, también blanca, del pueblo que está más arriba. La Calle Verónica termina en un balcón desde el que cae la mirada hasta el fondo del precipicio, que devuelve el eco del silencio y una infinita tranquilidad.
Las rocas se dejan acariciar por el agua que las ama con la fuerza de un adolescente. El viento es testigo de este amor pero falta a los encuentros cuando el sol acude. Entonces yo, recibo sus rayos y me confundo con los pájaros que se esconden en las retamas.
Apenas unos kilómetros más abajo, este río joven, alegre, inocente y fresco se convertirá en un viejo cansado y maltratado por la vida que le dan. Aburrido de contemplar tanto gris a su alrededor caminará sin ganas por la ciudad que lo envuelve y recordará estas piedras con las que jugaba nada más nacer.
Esta es mi bandera: azul de cielo, esmeralda de mar y verde de campo. Este es mi himno: el aire que suena en mis oídos mientras observo desde la atalaya las fronteras de mi patria: el horizonte que alcanzan a ver mis ojos.
Hartas de estar apretadas como viajeros en metro, las sardinas han salido de excursión y están dando un paseo por el lago; mientras, dejaron la lata varada en la orilla.
Cielo, montañas, lago... todo es azul. Como el silencio que se escucha desde la balsa.
Cuando el cielo es el techo y el aire que golpea tu cara es el fresco de la sierra en vez del acondicionado, a veces tienes que parar a repostar. Pero en vez de estaciones de servicio encuentras prados para retozar y el agua del Alberche para buscar los pensamientos reflejados.
A veces me siento tan mojado como ese árbol, por eso agradezco tanto un rayo de sol.
Va y viene. Ha sido aluvión, torrente; fuerte y bravo pero ahora no termina de decidir su curso y pPasea calmado sorteando los chopos deshojados.
A veces lo que vemos es sólo un reflejo de la realidad.
El mar en calma, como una sábana de seda, acaricia el casco de la barca que se desliza sin prisa por los pliegues de las olas.
Paisaje lunar, mar de cristal, brisa atolondrada. Isla mágica de agujeros donde todo permanece del revés y, por eso, todo funciona bien. Paraiso privado donde encontrarme cuando me pierda.