Como antes
En las calles de mi infancia también hay patios con tejado de uralita bajo el que tender los días nublados. Los patios de mi infancia también tienen macetas acumuladas sobre un gastado suelo de cemento mal rematado y paredes deslucidas por años de lluvias y pocos cuidados. Las calles de mi infancia permanecen en el recuerdo de un barrio madrileño de extrarradio cuando los inmigrantes procedían de Ávila o de Cáceres y acudían, igual que ahora, cargados de miseria y esperanza. A veces, caminando por el mundo, encuentro calles como las de mi infancia.SEIXAL (Portugal). Octubre de 2004
Tan cerca de la capital y tan lejos. A pesar del continuo tráfico de transbordadores que une Lisboa con Seixal, este pequeño pueblo portugués vive en otro tiempo, respira otro aroma y late a su propio ritmo. El aroma de las brasas y las sardinas que se asan en ellas se confunde en las calles con el de las sábanas recién tendidas. Unas sábanas que también pertenecen al pasado, a un tiempo en que no se reponía la ropa hasta que los zurzidos no predominaban sobre los estampados, como la pintura de la fachada que las sostiene.
El agua que sólo se agita levemente por la brisa suave refleja la colada de la mañana.
Cada 12 de septiembre, la "Contrada" del Águila celebra la fiesta de su patrón. Las calles de este barrio se llenan de alegría y los cantos se escuchan a la vuelta de cada esquina. Durante esa semana es difícil dormir en la zona que adorna sus paredes con farolas y banderas amarillo y turquesa.
No puede ver el sol. Ni escuchar el murmullo de la gente paseando por la calle. Una ventana ciega sólo puede intuir la vida a través de sus párpados pintados de tierra.
Cuando el sol calienta las fachadas enlucidas y se respira el aire procedente de los Alpes, lo mismo da tender calzoncillos que pimientos. Por las ventanas se escapa una parte de la esencia de la casa que mira a su través.
Cuando era pequeño, en mi barrio todas las mujeres mayores vestían con esas ropas: un corsé cuyo color se confundía con el de las carnes mórbidas sujetaba unos pechos que imaginaba enormes y abastecedores de leche. Para cubrir el interior, una bata de flores lo suficientemente amplia como para no permitir adivinar las formas. Esta foto no es de entonces sino de este año, pero en vez de estar tomada en el barrio madrileño en que me crié pertenece a un pueblo italiano por el que las mammas siguen llamando a voces a sus ragazzi.
En las laberìnticas calles cubiertas de arquivoltas por las que sòlo pueden pasar peatones y escùteres, niñoos que se llaman Luca o Marco juegan al fùbol y en las paredes rebotan las voces de sus mammas reclamàndoles. El aire huele al jabòn de la ropa recièn tendida en todas las ventanas, protegidas por contraventanas de madera pero abiertas de par en par dispuestas a recibir el atardecer de Veintimiglia.
Un camino de hierro atraviesa la Costa de Caparica de norte a sur. El inmenso Atlántico entra en el tren por las ventanillas para acompañar a los viajeros que acuden a disfrutar de la arena a cualquiera de las muchas playas distribuidas en tantos kilómetros de costa. Esa misma arena, agitada por el viento oeste cubre los travesaños del camino y seca la ropa tendida en las casas de comida.
Aún quedan lugares en los que las intimidades se airean al sol, a la vista de los transeúntes.
Como falsos ahorcados en el aire
Las manos curtidas al mismo sol que secará el lienzo que ahora sostienen llevan escrita la vida como los desconchones de la pared.
Miles de visitantes de toda Europa acuden cada año a Sesimbra en busca de sus olas atlánticas y de sus sabrosos pescados. Tras el baño matinal conviene poner a secar las toallas. Creo que los vecinos de este apartamento vienen de Francia.
Madera y piedra para la casa, algodón para el cuerpo. La ropa tendida es el alma de las personas puesta al sol.
El aire de la sierra alpujarreña obliga a construir las chimeneas con una lancha de pizarra sobre el tiro. Ese mismo aire seca las jarapas que aún se tejen con hilos multicolores en telares manuales dentro de las blancas casas de cualquiera de estos pueblos.
Raídas por el viento serrano, descoloridas por el sol alpujarreño, las banderas tibetanas cuelgan en terrazas de casas encaladas donde se habla andaluz pero se reza a Buda. La altura, el aislamiento, la paz han convertido a esta sierra en una réplica casi perfecta de las montañas del Tíbet, ideales para retirarse, para descansar, para pensar... aunque eso no tiene mucho mérito. Lo difícil es encontrarse a uno mismo en la tumultuosa ciudad, con el ruido de los coches y las prisas diarias.
Los trapos sucios se lavan y se tienden en casa.
Prometí que habría más fotos de ropa tendida. Portugal es un filón para esta manía mía.
Me encantan hacer fotos de ropa tendida. Creo que dicen mucho del lugar y de las personas en que se encuentran. Habrá más.